No sé si importa tanto qué día es hoy, a qué hora terminaré de escribir lo que acabo de comenzar, en qué mes estamos, en qué año o desde dónde escribo.
Por costumbre, ya sea propia o inculcada, me dedicaba a dejar un registro temporal, lineal, de lo que escribía, y por lo que fui conociendo de ella, la escritura no lo necesita. Habrá de ser una necesidad mía, solo por saber, por ubicar, por no perder. Pero es que, ya en sí misma, ha de ser un registro, y adjudicarle una linealidad me sugiere límites tan vanos... Y justo yo, que vengo a poner sobre la balanza tantas cuestiones, me doy el asqueroso gusto de limitar mi poesía.
¡¿Quién me dio permiso para tal crimen?! ¿Qué parte de mí se atreve a cometer atrocidades? ¿Qué parte de mí se asusta de ellas? ¿Y qué parte de mí las nombra como tales?
¿Cómo es que dentro mío se libran tantas guerras sin sentido?
Cómo sucede que estos ojos observan cómo se alimenta ese pájaro,
mientras en mi mente, observo una terminal, y una voz organiza qué hacer mañana,
y al mismo tiempo, otra todo lo observa, lo decodifica y vuelve a codificar en estas letras. Inalcanzables velocidades se ocupan de ello.
Y a la vez, alguna parte, se angustia mientras respira ansiedades y lagrimea la falta de certezas...
La incomodidad de no saber, me saca de ejes y equilibrios, y ya no puedo danzar. Otra vez me desafía.
¿Dónde quedó la libertad de no controlar mis pasos?
¿Por qué el tiempo me sigue persiguiendo? ¿Para qué sigo personificando un persecutor?
¿Por qué ahora no puedo llorar?
Es que estoy tan cansada...
Tomar las riendas de la vida no se trata de encarar un futuro prometedor, secretamente lejano, sino, hacerse cargo de los dolores del pasado que siguen burlándose en el presente, llevándonos por un camino inconsciente, directo hacia las mismas realidades. Una y otra vez, vivirás la misma historia con diferentes personajes, y esa será tu real condena, hasta que actúes diferente.
Y yo, me cansé de ser cómplice del dolor. De esconder mi sentir, mi voz, mi cuerpo y mis decisiones. Me cansé de los secretos familiares, y de traer vida a un mundo tan egoísta que se ocupa de pisar cabezas para estar unos centímetros mas alto. Me cansé de no ver las infinitas posibilidades que se presentan. Me cansé de ser abrazada por el miedo.
Y estoy cansada, muy cansada, de llorar dolores ajenos.
¡Es que esta gente ni siquiera se hace cargo de su propio dolor! Acá te lo traspaso, de generación en generación. Y yo, que me siento tan cómoda entre sufrimiento y victimización, encima de mi llanto, lloro llantos extraños. Pero ojo, por decisión. Yo puedo con tus traumas y tristezas, así de paso, no me ocupo de lo mío. Y luego, lloro acumulado, por no haberlas llorado en su momento.
¡¿Quién me dio permiso para tal crimen?!
¿Cuando establecí ese pacto conmigo?
Recuerdo haber creído que así era la vida. Mucho sufrimiento y algunas sinceras risas. Pero esa felicidad valía cada lágrima, porque esos instantes eran tan exquisitos, que podía guardarlos en lo profundo de mi ser como una cuota de fortaleza para atravesar una vida sufriendo. Y eso, no me parece justo, ni inteligente y mucho menos, valiente.
Hay que tener muchos ovarios para no cometer esos crímenes. Y yo siquiera antes de haberme concebido como mujer creadora, ya los cometía.
Y
era
una experta.
No sé si importa tanto que día es hoy, pero después de haber visto tantos crímenes cometidos hacia mí misma, me entrego a la lujuria de lo abstracto.
miércoles, 5 de septiembre de 2018
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