La luna siempre me encontrará,
aunque yo me crea
que juego muy bien a las escondidas.
Aunque crea conocer su trayectoria, desarmará las direcciones
para escurrirse a mi ventana.
A mí nueva ventana...
y yo estaré ahí, obnubilada ante tanta lucidez,
y tanta pequeñez...
Me desvaneceré en mi cama sin intenciones de dormirme, y vagamente, intentaré describir una de las pocas sensaciones recurrentes:
Ninguna sombra me asusta,
si no que, por el contrario, las invito a pasar...
La mirada lunática se me transforma, y en su foco, desenfoco la oscuridad que va aumentando.
Entonces, puedo percibir como van copando el escenario
y hasta llego a creer que se podrían comer la luna entera (las sombras),
y en un momento, cuando parece que esto último podría suceder,
la luz lo invade todo, como un relámpago... tan rápido que la oscuridad desaparece,
y puedo ver el monte nuevamente,
y escuchar el canto de ese pájaro que continúa siendo un misterio,
y puedo verme viendo la luna, buscando los cráteres conocidos.
Entonces, la sensación vuelve a comenzar,
y así...
Hasta que me despierte el día.