Que la luna siga abriéndose camino por mis ventanas,
cultivando visiones y protegiendo mis sueños.
Que mis expectativas no se conviertan en mercenarias de mi corazón,
bajo las órdenes de mis carencias.
Que no se apague mi fuego y que siempre haya un plato de comida caliente y casera esperando por mi guata.
Que los colores no se extingan y que nunca vuelva a creer que lo harán si solo bajan su saturación tras un par de días nublados.
El llanto, que sea cuando sea que se sienta,
que no me permita aplacarlo con la fortaleza como quimera.
Que la ternura es el vehículo, y no hay nada mas humano que la fortaleza de seguir,
más que la fragilidad de ser.
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Comprendí que podría darme cátedra a mí misma de la adaptación del hogar. Mi madre habrá llegado a tantos lugares que parecían no serlo... sin embargo, logró con maestría enseñarme a crearlo, adornando esquinas viejas y quebrantadas con pañuelos de seda que contaban historias en sus dibujos.
Lograr que cada espacio que se habita sea nuestro hogar, sana el alma.
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¿Qué tanto poder puede tener la carencia
como para nublar la visión
ante la magia que existe en el movimiento?.
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