Es sobre la
tierra roja
donde los
niños tejen
la historia
los que no
fueron bautizados
serán duendes
moribundos
hijos del
diablo.
El viento zumba
y las gotas
se clavan
en una piel
hecha de recuerdos
cuántas
mujeres se han dejado
de lado
por ser
esclavas
por ser
madres de la costumbre
y del miedo.
Oí decir
-cuidado con
el loco, ayer fue luna llena-
me temblaron
las entrañas
por el
hermano abandonado
por la putrefacción
de sus piernas
por la
hermana, que elije olvidarlo.
Ya no
alcanza leer entre líneas, hay que leer entre miradas.
El útero se
consume,
en sí mismo,
por el
olvido,
por el
abrazo de la soledad.
La sensación
de ser aplastada
por miles
de granos de
maíz.
El yo
visible
ganó la
batalla
y enterró,
en lo profundo,
el amor.
Pero ella
ofrenda su sangre a la tierra
y todo se
regenera.
Y mientras
la noche la enamora,
entiende la
constante presencia de las estrellas.
El sol
encandila y da vida.
La luna
acuna y da hogar en las tinieblas.
Oí decir
-que grande
la parca-
ante la
repentina venida.
Se suma al
gato del plenilunio
y al gallo
joven,
un pez caucásico.
Viaje bueno.
Un íntimo
pandemónium seduce la existencia
y apresura
los latidos.
Se concentra
en leer entre miradas
se rumorean
ecos
lejanos y
opacos,
El corazón se
atranca,
y por un
ápice,
se
encuentra.
Reverdece en
los espasmos.
Se estremece
en el pavor,
de volver a
escucharlo.
Lee su
mirada,
¡Su boca no
se acalla!
Se pierde
entre los universos de las palabras
para no
escuchar su habla.
La mujer percibe,
cómo el hombre mengúa
y en su
mente, corre por el bosque
descalza,
volviendo a las alturas,
Huye el
hombre menguante
y la mujer
se alivia al recostarse en las brasas.
En el
chillar, ve
cómo el
planeta palpita.
Primero el
arena, mas luego
las hojas
el cielo
el cuero
y las
letras,
Todo es un
apacible ímpetu.
Navega en la
selva
y corre por
el océano.
Se enciende
en la brisa
y vuela
entre raíces.
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