Ví
a mi hija,
a través de los ojos de la
hija
de una mujer
con ojos de niña.
Vi
a una madre
con ojos de niña,
mirar a su hija,
jugar con la mía.
Desde una ventana ví,
desde la mirada de la
madre niña vi,
desde los ojos de su hija
vi,
a mi hija
jugar.
Con un blanco hilo
las niñas
hilvanaron mi destino
dibujando en la tierra
un camino
en juego con el ritmo
de sus corridas
y sus risas
que se mezclaron
con la suave brisa
que nos regalaba
la quebrada
en aquel caliente atardecer
de invierno
donde vi nacer
un sueño:
me fusionaba con
los cuentos
que una abuela cantaba
sobre el viejo arte
de descalza,
pisar la tierra mojada,
y bendecirla
con la danza que mis pies
le regalan
y mientras el amargón
de las hojas
en mi boca se revela
mis ojos se cierran
para escuchar
el mensaje
“Si no tuvieras miedo…”
y vuelvo,
abriendo los ojos para
dejar de escuchar,
lo que una voz me viene a
cantar.
y vuelvo,
enlistando todo lo que
lograría,
si no tuviera miedo.
(Tal vez, jugaría...
¡Hasta en la selva viviría!)
Entonces, duele mi
clavícula,
y vuelvo,
al primer tirón que
lastimó mi cuerpo.
y lo perdono.
Y vuelven
a mi memoria
todas las madres niñas,
hijas,
y abuelas
que nacieron
y parieron
antes de mí.
y las bendigo,
por haberme traído
hasta
aquí,
sobre esta mojada tierra,
donde danzo,
bendiciones,
y entre los sudores,
la suave brisa
que nos regalaba
la quebrada,
en aquel caliente atardecer
de invierno,
donde vi nacer el sueño,
ahora,
me trae
calma.
mientras observo,
desde una ventana,
a una madre niña,
que mira a su hija,
jugar con la mía.
Y las bendigo.
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