Han pasado lo que creo que fueron unas tres semanas y aún no lo tengo claro, de hecho me siento más confundida que nunca.
En el micro de vuelta a la ciudad describí esa misma sensación y también que la claridad llegaría en algún momento, y luego de su siempre aguardada llegada, miraría hacia el comienzo de la confusión y lo entendería, así sin más. Pero ahora, estoy en esa etapa que me quita el sueño, en la que ni siquiera mi letra es clara, sino todo lo contrario.
Estoy a punto de dar un manotazo de ahogado como excusa a mi falta de valentía, escondiéndome una vez más en habladurías que suenan a encantos, y no sé si quiera hacerlo de esa manera pero tampoco sé si si me animo a tanto.
Creo que todavía no procesé una parte de mi vida que significó demasiado.
Ahora solo concibo vivir a flor de piel y eso, acá, me está ahogando.
Me siento como hace algunos años atrás dónde todos (hasta yo misma) buscaban que elija cómo, dónde y cuándo.
Estando sola, alejada de los allegados, me refugiaba en la libertad que me producía la escasez del tiempo lineal pero ahora, cada minuto significa un presagio de suerte mala.
He intentado preguntarle a mi mente cuál sería su próximo paso, como me aconsejaron, pero solo he logrado su silencio por un mísero rato.
Cuando me quedo sin recursos del tipo humanos acudo a la escritura, implorando que los versos se acaben cuando esté realmente lista para terminarlos. Busco aliados entre asquerosos intentos de sonetos y palabras desconocidas, entre el tabaco y el llanto, pero a veces la angustia y la desesperación me oprimen demasiado y acabo por quedarme a mitad del recorrido, como otras tantas veces me ha pasado.
Acá las voces no se callan, parece que todos tuvieran la respuesta adecuada, pero ninguno de ellos estuvo ni cerca de lo que viví al elegir el camino extraño que elegí. No pueden imaginarse qué se siente aunque con fuerza lo intenten, y yo no se los pido ni los culpo, solo quisiera que asimilaran el valor de la intriga y el desencanto a la firmeza del cómo, dónde y cuándo.
En mis mil soledades solía entonces entregarme al placer de la incertidumbre, pero ahora rodeada de emociones conocidas, la incertidumbre me parece una inevitable condena a muerte, donde el tribunal del mundo de abajo no permitió la merecida defensa de todo ser que se aferra a la experiencia de la vida con esa adrenalínica energía que produce la esperanza ante la posibilidad de ser lanzada a las garras de los muertos que hambrientos aguardan. Y ante la impresión de conocer al tribunal, que hasta acá se había mantenido entre las sombras salvo por sus insoportables silencios, se develan sus rostros y mis ojos se queman, desgraciadamente, sin incinerarse. Y ahí me veo en el centro de un círculo donde me rodean quienes me sentencian sin carecer de juicios nefastos, y todos, son una representación de mí misma, en diferentes edades de esa vida a la que, en un principio, me quería aferrar y ahora, como siempre pero más que nunca, dudo.
Desde que he llegado no he podido mirar a los ojos a nadie.
Me han dicho que he creado un muro tan alto que ni volando lograré traspasarlo. Por necesidad o miedo, supongo que la existencia de ese muro ha de ser verdadera, pero no sé si realmente deseo derribarlo.
Soy un desastre.
Quisiera exiliarme al gustoso silencio que regala la paz de los instantes perfectos.
Desde que he llegado he escapado de las miradas, temo que si me atrevo a verlos rompa en llanto, y en este punto, me siento exhausta.
Quisiera descansar hasta que elija volver a despertar.
Tantos mambos no resueltos y no cantados...
Me desespera una vez más mi elección de esta travesía del desgarro de las burdas fantasías que nos han presentado como realidad. Y ya no puedo abstraerme del mundo de los extraños aunque con firmeza lo proyecte.
Me enferma aún más no verte que mirarte, y con todos mi esfuerzos anhelo que este nudo en mi pecho, se disuelva.
14-12-2018
Pilar, Bs.As.
Argentina.
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