miércoles, 26 de junio de 2019

Fardo, avena y maíz



La copa de un plátano en forma de canasta, me acuna en el revuelo que me genera haber vuelto.
Con mi cabeza apoyada en la húmeda ventana, cierro mis ojos y huelo Cusco. Despierto asustada, ¿Cómo es, cómo puede ser que huela Cusco? Una extraña mezcla entre aire sagrado y vos.
Voy a dedicarte toda la tinta necesaria para sacarte de mí.
Eterno caminar, querías amor.
La pacha nunca muere y siempre renace.
Y de pronto, el inconfundible perfume de mi bisabuela me invade y pienso... Cuántas rutas perdidas.

Mi insensatez maquinea los míos deseos,
arremolina la energía de mis chakras,
me sopla la oreja,
me enreda el pelo.
Noto entonces cómo me laten los dedos buscando la tuya piel.
Sus marcas y dibujos... 
Tu árbol.
Aparece un recuerdo que creía olvidado, dibujandote tu tierra y tus dedos.
Tus dedos magos y tu brujo árbol.

¿Cómo será ver tus ojos otra vez?
Imagino encuentros casuales: en el subte, en el centro, en el monte y en mi pecho. En una ruta haciendo dedo.
Cómo si el destino tuviera la obligación de rendirse a la insensatez de mis deseos y reencontrarnos sin que hiciéramos demasiado esfuerzo.
De pasada, destinados.

Vagamente te busco y no te hallo.
Demonio Azul, ¿Qué suelo te comió por entero?

El cielo más estrellado, jamás visitado.
Mi única cuenta pendiente es besar tus manos.

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