lunes, 9 de diciembre de 2019

Para sobrevivir.
Fue durante el atravesar un período interminable de nerviosismo y ansiedad, un sismo en soledad, donde la experiencia humana se encontró con las letras. Se torna entendible, entonces, su necesaria creación.
Vivimos en un mundo de locos porque todas las personas lo están. La locura, nuestra leprosa presencia eterna, se encuentra apartada y desdichada en algún rincón inhóspito de nuestra realidad. O así la quieren encontrar, o así la quieren disipar. Con sutiles, casi imperceptibles engaños, todos los días nos quieren convencer que la locura es sólo de unos pocos miserables humanos de los que hay que apartarse o experimentar, cuando en verdad, habita en todo aquel que respira su propio aire contaminado.

Sentí en mi pecho un golpe tan seco como mis labios suelen estar, resquebrajado, ahogado por la carencia de agua, y en un acto paradójico comencé a llorar . Olvidé respirar y me fui quedando ciega ante todo lo supuestamente tangible a mi alrededor. Lo primero que hice fue escribir algún contenido que vagamente recuerdo. El episodio prosiguió en los siguientes accionares: me teletransporté al piso superior. Sumergí mis manos bajo el perseverante correr del agua de grifo hasta rendirme al sostén de mis rodillas, mojé mis labios, cara, cuello, hombros y coronilla. Armé un tabaco. Me teletransporté al piso inferior mientras recitaba, primero colores y luego animales. Salí a la galería, intenté sentir el aire y no pude. Prendí el tabaco y lo apagué. Sentí la necesidad de tierra, me acosté en el pasto frescamente cortado mientras miraba la creciente luna. Acaricié mi panza y sentí como la tierra me sostenía, me dije mentalmente que la tierra siempre me sostendría, me imaginé siendo absorbida por ella. Me levanté aún más inquieta ante la confirmación de que nada de todo esto servía para atraer calma al alma. Me senté, cerré los ojos y me recordé respirar. Inhalo profundo, retengo 1 segundo, exhalo profundo. Y así, hasta 5, hasta sentir los latidos del corazón. Usualmente comienzo a notarlo en el segundo número 3. Abrí los ojos, y con mi voz me dije: "No sos tu ansiedad". Y poco a poco, la calma al alma fue surgiendo. 

Las secuelas continúan haciéndose cuerpo y mente hasta esta y las siguientes palabras. Por eso son creadas, para sobrevivir. Soy totalmente consciente de cuál disparo fue el causante de la locura: la vacilación sobre qué fue real. "¿Esto es un sueño?"... ¿Lo que mi corazón sintió fue real? ¿Mis experiencias, mis viajes, mis compartires? ¿Las personas? ¿Esa columna es real? Está ahí, la puedo tocar, ¿pero es real?. Ninguna de estas preguntas hallaron respuestas.

En base a mis vivencias, puedo creer (así como también dudar) que toda locura nace de la sensibilidad.
Todo desquiciado es un revolucionario, porque pone en jaque toda la estructura que lo sostiene. Todo aquel que no acepta su propia realidad, primero ideologicamente y luego a través de sus elecciones y movimientos, es un ser revolucionario. Aquel que acepta, aquel que se resigna, se convierte paulatinamente en un pequeño engranaje de esta máquina del tiempo lineal que es nuestra propia destrucción.
Solo el arte es real, y es el lenguaje de los locos. Son las horas madrugadoras, las líneas serpenteantes, las armas cargadas de óleos. Las palabras censuradas y las obras no valoradas.
La música es entonces, el canal más perfecto para toda creación. Todo loco artista tiene en su interior, corazonmente hablando, una melodía que hace de médium... tan única y personal como su obra finalizada. Y aquel ser musical, es quién nos llevará hacia el paraíso terrenal. El corazón habla de ritmos, las manos tienen memoria, los pies son los liberadores del movimiento. Por eso bailar es sumamente importante. Para sobrevivir.
Por eso el arte es tan importante: para sobrevivir a este mundo de locos.

1 comentario:

En mi letargo, una taza de café es un oasis. No estoy sola. Junto a ellas buscamos una cafetería. Entre árboles, se esconden unas escaleras ...