Ya no tengo mis pies de ciudad. Los dejé en alguna plataforma de la estación de ómnibus de Retiro, entre la 21 y la 52, si no flasheo. De esto ya han pasado, sorpresivamente, dos años, dos meses y siete días. Aunque me parecen más, como toda una vida.
Los dejé en buen estado, caminados por mucho terreno de la gran city. Mucho cemento y en toda mí gran posibilidad, mucho pasto. Pues mucho también busqué esos espacios.
En parte, han caminado bastante por inercia y por mandato, pero se bicicletearon bastante más por amor y libertad.
Los nuevos pies que en ese momento tuve el placer de estrenar, se viajaron hasta las sierras que desde los 11 años sentí como hogar, aunque no lo hubiera recordado por destino o casualidad hasta los 17 años. Entonces, con mis 21 recién cumplidos fue el mejor regalo que me pude dar. Duraderos y curtidos, se caminaron éstas sierras y muchas más.
Montes frondosos con apariencia de secos, más latentes de tanta vida. Tierras rojas de arcillas madres e hijas.
Absorbieron las memorias de cementerios indígenas. Nieves inesperadas entre rosales a la vera de un enorme lago oceánico. Ciudades colonizadoras de territorios sagrados y ancestrales. Bosques de eucaliptos. Rutas de maíz y ríos verdes cristalinos. Malecones fríos, grises y con un sol inverso. Villas calentitas con aroma a comida casera con el alma de mí abuela. Selvas calurosas, densas y bendecidas con árboles de coca silvestres. Barros, muchísimos barros.
Se han lavado en ríos alucinantes y en mares hasta entonces desconocidos.
Y han hecho el mismo camino, de vuelta hacia la ciudad. Han intentado caminar por esos lares pero de alguna u otra manera, los recuerdos del movimiento continuo hacían demasiada presencia. No eran los mismos pies citadinos, no podía pedirles que se acostumbraran a otra naturaleza. Y aunque doy fé que así lo hice, no pude contenerlos y aquí estamos nuevamente en las mismas sierras.
Ahora mis pies, mis pies... Tienen marcas. Se lastiman solo cuando me debo poner zapatos, literalmente. Tienen otra piel que asegura que si una espina intrusa tiene ganas de hacerse parte de mí cuero, no podrá entrar lo suficiente.
Tengo garras y pelos, solo para hacer de mí camino más sincero.
Andan desnudos la mayoría del tiempo, (salvo cuando mí luna baja, para que mí útero no sé enfríe) sintiendo el suelo. La humedad, el pasto o el yuyo, el camino de las hormigas, las piedras calientes, el agua cristalina, las danzas y sus epifanías. La tierra fresquita después de lo llovido. Las vibraciones...
No sé que hubiera pasado de mí sino hubiera dejado mis viejos pies en la terminal y tampoco es importante. Mis pies de ahora me pueden llevar a dónde sea que lo sienta, mientras lo sienta. Gracias.
Locamente me imagino una terminal de pieses.
De ciempiéses.
De sí, de que empieces
De siempreses.
De siembreses.
Ja!
miércoles, 12 de febrero de 2020
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
En mi letargo, una taza de café es un oasis. No estoy sola. Junto a ellas buscamos una cafetería. Entre árboles, se esconden unas escaleras ...
-
Un pequeño cisne se abre paso y vuelo desde la copa de un quebracho juvenil. Todavía queda monte... Se respira un viento cálido que hace ...
-
(I) Un mundo (a)parte (a)fuera de mí. Yo soy como ese borde frágil de una hoja de papel que, ante un brutal descuido, te corta, ...
-
Se lo que dí me detuve a amarte
No hay comentarios.:
Publicar un comentario