miércoles, 4 de abril de 2018



El despertar de los gallos anuncia mi cantar.
De izquierda a derecha, del primero al último (ordenadamente) se dejan hablar, cada uno su momento y escuchar.
De izquierda a derecha voy entreabriendo los ojos, y comienzo a enumerar los sueños que jamás he de anhelar.
Un rocío endemoniado, está dado vuelta, me desconcentra y me obliga a levantar.
Mi memoria campestre sabría de moverse, si de repente, despertara en esa realidad. Pero aunque fantasee que los huevos debo juntar, sé que solo la puerta debo cerrar si no me quiero mojar. Y mientras salgo del fondo de la tierra, le imploro al cielo que todavía no dibuje claridad.
Despego mis ojos de entre si, para resolver una situación que no busca solución. Pero ahora caen llantos del cielo y que no salga el sol, me hace sentir la falta de calor.
El chumbaje anuncia seres extraños en la cercanía de mi escucha, y como si de mitos se tratara, diviso un lobo en las penumbras.
Mis ojos cansados van enfocando en el gran lobo que comienza a dividirse y formarse en dos ciervos, para luego ser, mitad hombre mitad caballo o alguna forma del diablo que sale a buscar sobras luego de La noche de las mil lluvias.
El corazón se busca, salir de este cuerpo que lo contiene, y es que cuando lo maravilloso se hace ver, el corazón lo quiere correr. (Imagino como sale de mí, desde mi pecho hacia mi garganta, y luego por mi boca. Y ahí va corriendo un corazón curioso, y el resto del cuerpo lo quiere alcanzar. Siquiera la mente puede, que se creía olímpica).
Se pasan tres vidas hasta que los seres se transforman en burros y el barro, se transforma en piernas, que buscan alcanzar al corazón.
Camino un bosque húmedo de veinte metros para acercarme a los seres, un poco más.

(…)

Anquincila, Catamarca. 25-01-2018.

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