Lamento esta angustia latente en el ser.
Llora ya sin lágrimas y grita desde el vientre, la
pérdida.
Si habla con los sonidos, no se reconoce.
Si habla con sus adentros, se consuela.
Mira fuera de sí, la inmensidad que la rodea, se aflige, de no tener la capacidad de
admirar con sus ojos tanta belleza.
La majestuosidad de los altos cerros vibran
ancestralmente y el viento se convierte en mensajero.
“Para ver, hay que abrir los ojos sin juzgar”.
Desaprender las burdas categorías y la insaciable
costumbre de necesitar nombrar lo que se mira.
El mismo cerro no se preocupa porque lo vean, por el
tiempo, o por quién lo caminó.
Volver a la nativa pacha no es solamente pisarla, sino
lograr ser, en concordancia con sus ritmos.
Lograr ser con estas espinas que la rodean.
Lograr ser con el viento y las nubes que aleja.
Lograr ser, sin necesariamente hacer, más de lo que
sencillamente es.
Y es, entonces, la verdadera capacidad tan buscada, la
de poder ser la esencia.
Y a partir de ser, con la esencia universal, hacer.
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