miércoles, 6 de junio de 2018

Donde las palabras, se tornaron mariposas
contempló su propia derrota.
Ya habiéndose entregado a una desconocida caminata,
palpitó, aceleradamente, cada paso.
Ocho espíritus fueron los necesarios,
y  el monte, cumplió con su mandato.
Obligándose a no quedarse, con su propio ritmo,
despertó a los demás espíritus, a frágiles campanillazos.
En su mochila se cargaba, el permiso de peregrinar
hacia el centro, ya no solo la ladera.
A mitad del Valle del Sol, se escondió entre arbustos
y la Abuelita lo reconoció.
Ella, no ocultó su mirada
aunque el cuero del Guardían, se confundió con los cerros.
"Los jóvenes deberían de seguir tu ritmo-
escuchó- mientras abres el sendero".
En un retorcido cardón,
el Guardían mudó su esencia.
Al calor del sol, la Abuelita sonrió los recuerdos
de cada una de las rocas.
Mientras ahora, su piernas se resbalaban,
pudo despabilar la belleza de la tierra.
Donde el más insignificante grano,
conforma la más espléndida montaña.
Al llegar de cara al Guardián, en nombre de los Ocho,
le saludó con ternura y simpleza.

La romería no se detuvo, y la Abuelita
bajó su cabeza.
Solo resurgía para examinar, como el jóven
dejaba rastros con torres de piedra.
Donde las umbrías nacían,
los Ocho respiraron una fresca brisa.
Ante el Monte del Cóndor,
ella agradeció la paciencia.
El descanso de su cuerpo,
se encandiló por el regalo de la vista.
Volviéndose al objetivo,
dió vueltas a un mapa que ya la había recibido.
Hacia los últimos esfuerzos,
alcanzó a los jóvenes, en la Mujer Cueva.
Mientras tanto, el Hombre Cueva era quien les esperaba,
rodeando las futuras huellas.
La sorpresa encantaba sus sentidos,
retribuyéndoles las ofrendas.
Habiéndose penetrado en opacidad del Hombre Cueva,
la Abuelita, su voz puso a disposición.
"Siempre será el espíritu del fuego,
quien ilumine tu recorrido".
Y donde el corazón de la Pachamama acunó a los Ocho espíritus,
la Abuelita, es esfumó en la sanación del tabaco.
"Todas las plantas son sagradas".

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