La
creación, en sí misma, comienza aún mucho antes de lo que podemos concebir como
el comienzo. No existe desde la primera
palabra que da inicio a la historia, ni siquiera desde la primera letra.
Tampoco de la visualización de la idea, previa, a la acción de crear.
La
creación, en sí misma, comienza en el instante en que los ojos se cierran para
abstraerse de este mundo y una emoción en particular invade el cuerpo del
creador. Es la implosión divina que moviliza absolutamente todo lo que creemos,
como dar vuelta la rueda de la fortuna o la regeneración de las células, y muy
probablemente, no demos cuenta de la relación entre ese instante y la acción,
hasta que surge la primera letra de la primera palabra que da inicio a la
historia. Y es atemporal, la creación y la emoción del escritor y del lector, porque
no termina, aunque hayas llegado al punto final.
O
al menos, es lo que me sucedió a mí con ella.
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