lunes, 15 de junio de 2020

Regeneración de un ave dormida

¿Cómo son tus alas ahora? 
¿Quizá aún aguardan, latentes, bajo tu piel?
¿O acaso son frescas, esplendorosas y cuidadas? 
¿Han brotado, una por una, las plumas que, en conjunto, te permitirán el grandioso vuelo?.

Yo me las he arrancado...
como lo hacen las aves grandes.

En lo alto de la montaña,
me aislé en la cueva más inóspita y oscura que encontré.
Lloré por adelantado mi muerte desolada, pues sabía que vendría.
No hubo ángeles, ni demonios, ni juicio. Tampoco redención, siquiera esperanza.

Una noche, el cielo que hasta entonces había sido calmo y silencioso, comenzó a condensarse.
Gigantes nubarrones contenían en su interior, la furia de las estrellas.
Vibraba entonces la tierra al recibir la electricidad, y retumbaba en la piedra de la cueva como si la tormenta hubiera nacido ahí mismo. Tal vez así lo era...

Cayó la primer gota de agua y entonces lo supe: La Muerte se estaba anunciando.
No hubo trompetas, ni carruajes, no llegó cual reina.
Cerré los ojos, entregada al encuentro, respiré, y los abrí.

El terror me paralizó y el universo desapareció.
Lo único que podía percibir era lo gélido de la cueva, y el vacío infinito de sus ojos.
La Muerte no era un esqueleto, ni tenía hoz, ni túnica. Tampoco era una sombra amorfa, sino todo lo contrario.
Frente a mis ojos, estaba yo misma. Con la carne viva pero con la mirada muerta. No tenía boca, ni orejas. Tampoco sueños ni sentimientos.
Solo la condenante certeza de saberme muerta, en ella y eventualmente, ante ella.
Pues el tiempo es una construcción extraña... porque al verla, pude reconocerme en el pasado, pude entender que sería el futuro y que, con claridad, estaba siendo esa reunión, el presente.
¿Qué es entonces la vida, sino más que un conjunto de ciclos, del que buscamos ordenarlo linealmente? Por más absurdo que suene ese orden...
¿Cuántas veces había muerto antes de este fatal encuentro?
La Muerte se encargó de mostrarme cada una de ellas.

El terror se transformó en la nada misma, pues al verme como La Muerte, al reconocerme como tal, no existía nada más en este mundo que pudiera ser tan horripilante y conocido como esa imagen. Y tampoco podía escaparme...

Nos miramos, ella y yo, durante algún tiempo.
Una parte desesperada, aferrada a la vida.
La otra parte inmutable, desconcertantemente tranquila.
No era esto una guerra, sino el desafío del espejo.

El silencio se transformó en el lenguaje. En mi interior fuí recibiendo las consignas. Primero, golpearía contra las piedras mi pico, hasta que se caiga por completo. Luego, arrancaría mis uñas y mis plumas. Y al finalizar todo el proceso, se develaria mi supervivencia.
No pataleé ni lloré. Siquiera pregunté por qué debía de cumplir con esas tareas tan salvajes.

Comencé por mi pico. A cada golpe, retumbaba en mi mente cada palabra asesina que había vociferado. A cada golpe, un grito de mi corazón herido por las palabras de mis hermanxs. Me golpeé contra la milenaria piedra hasta que hube por completo perdido mi pico.
En el tiempo que tardó en regenerarse, pude meditar sobre la comunicación entre todos los seres que habitan los océanos, los cielos y la tierra.

Con mi pico nuevo, continúe por arrancarme las uñas. La curvatura y fragilidad que habían adquirido me habían vuelto inútil. Todas las presas que había conseguido, me habían alimentado, pero ahora no tenía nada.
En el tiempo que tardaron en salirme las uñas, pude meditar sobre las ilusorias conquistas y el apego parasitário que se retroalimenta.

Lo próximo sería arrancarme las plumas, y hasta entonces, no había puesto oposición al proceso. No quería limpiarme de mis plumas. Me habían llevado por tan magníficos lugares, me habían dado calma en los aires...
Entonces La Muerte, que me había acompañado con su invariable comportamiento, desapareció.
Y ahí quedé yo, mitad muerta, mitad viva.
Mis plumas, viejas y pesadas, aún seguían dándome abrigo. Y tenía mis recuerdos, mis más bonitos recuerdos de libertad. Ya no me importaba morir, mucho menos vivir, pues ya había vivido... mis memorias lo demostraban. Desde lo alto, aún podía seguir viendo el hermoso valle que era mi hogar.
Aferrada a mis alas, cada vez más débil, comencé a delirar. Me estaba dejando morir, y entonces me percaté de que estaba sola, absolutamente sola. Ni siquiera La Muerte se había quedado, yo misma me había abandonado...
Con mis últimos alientos, estiré mis brazos y observé mis enormes plumas. Aún no había muerto, y ya me había desligado de mis palabras y mis garras, no podía morir así, cobarde, ante el engaño de los residuos de libertad. Entonces arranque mis plumas, hasta que mi piel quedó llena de agujeros.
Creí  que moriría de frío, que nunca volvería a volar, ni a sentir la frescura del agua, ni el calor del sol.
En sueños, rememoraba mi vuelo, mis danzas con el viento.

Un día, al despertar, noté las incipientes plumas nuevas. Esparcí sobre mi piel palabras de aliento. Reí suave, con la gratitud de recibir el nuevo día. Entonces, en el fondo de mi mente, se coló una sensación conocida.

La Muerte decía: "Bienvenida".



A las aves grandes, el proceso completo les lleva unos cinco meses. Yo voy por el décimo. Aún no he vuelto a volar.
Aún...

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