domingo, 13 de marzo de 2022

La mano (que me pertenece y le pertenezco).

 Afilar, pacientemente, dejando al alma estremecerse con los sutiles sonidos del ritual de preparación.

Una vez más, solo por el placer que produce la línea fina abriéndose, para darle paso a la obscura línea de la profundidad.

Abro los ojos. Ante mí, una ventana hacia la noche:
 Las ramas de los espinillos y algarrobos formando un techo.
Sus espinas, un gran nido.
Parezco estar en un submarino.
De fondo, el brillante cielo. Las estrellas y los bichos latiendo… Latentes, inertes e independientes a la concepción de mis sentidos. ¿Me observará el monte, como yo le observo?
Vuelvo a fijarme en la ventana del submarino y creo que, con mí mano, podría atravesar el vidrio.

Negra y densa,
hecha por completa de sombras,
se estira la mano que me pertenece y le pertenezco
para unirse, por fin, a la noche.

En el boceto, la mano traspasa el vidrio como si éste fuera inexistente.
Se vuelven una, la mano y la noche,
la mano y los árboles,
la mano, el cielo y los bichos.
La mano, el silencio y los sonidos.
Boceto de la mente.
Pero,

en lo plano,
la mano se hiela ante el cristal del submarino que la separa del monte y la noche 
y aunque busca salida
la palma palpa pero no la encuentra.
La mano se siente herida, vacía, engañada y dolida.
Encerrada.
La mano está encerrada en un níveo y andariego submarino que parece ser un paraíso pero solo es su cárcel.
Está encerrada en una cápsula del tiempo,
y afuera…
el monte nativo, negro, libre y vivo.

Ante la frustración, se visualiza la mano saliendo de su guarida como si la ventana estuviera ahora compuesta por agua.
Vuelve a lo llano y comprende que no hay salida. En verdad… no hay otra salida, más que entregarse a la muerte
. La muerte siempre tan dispuesta.

La mano afila su letal arma. Morirá y nunca nadie sabrá que vivió.
Afila, prueba, pincha. Marca.
Vuelve a afilar, pacientemente, dejando al alma estremecerse con los sutiles sonidos del ritual de preparación.
La dulce paradoja de darse muerte para liberarse, como la muda de piel o el picaje.

“Una vez más, solo por el placer”
implora la mano que me pertenece y le pertenezco.

El arma se deleita ante el descaro.
Se desnuda y en pigmento negro, como la noche y el monte, 
el lápiz y la mano,
escriben.

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