viernes, 29 de junio de 2018

Ayer dije que las palabras llegan hasta un punto

y luego,

viene Dios.


Y como todas las palabras,

no he de conocer,

son lo más cercano 

que tengo

a la eternidad.


Tal vez, 
 
hoy,

las palabras sean mi Dios. 

Luna llena 29.6


La luna llena se perdió,
en los ojos
de algún extraño caminante
que al andar
se alucinó,
de su espesura
de su blancura
de su incandescencia,
en medio
de algún callejón
perdido
en la quebrada


O eso creo yo
que también,
en medio
de algún callejón
perdido
en la quebrada,
me hacía de la luna,
en las penumbras,
pero él,
no me vió.

Olvidé los rostros,
las voces,
los nombres,
Y hasta el sabor de los besos.
Olvidé,
cómo se sentían los abrazos,
los bailes
Y los juegos.
Borrosas, son las risas y los orgasmos.
Confusas, las palabras del corazón.
Retazos, las miradas de la memoria.
Aunque
(Jamás)
Olvidé
La canción
que a cada amor le tocó.

miércoles, 6 de junio de 2018

Donde las palabras, se tornaron mariposas
contempló su propia derrota.
Ya habiéndose entregado a una desconocida caminata,
palpitó, aceleradamente, cada paso.
Ocho espíritus fueron los necesarios,
y  el monte, cumplió con su mandato.
Obligándose a no quedarse, con su propio ritmo,
despertó a los demás espíritus, a frágiles campanillazos.
En su mochila se cargaba, el permiso de peregrinar
hacia el centro, ya no solo la ladera.
A mitad del Valle del Sol, se escondió entre arbustos
y la Abuelita lo reconoció.
Ella, no ocultó su mirada
aunque el cuero del Guardían, se confundió con los cerros.
"Los jóvenes deberían de seguir tu ritmo-
escuchó- mientras abres el sendero".
En un retorcido cardón,
el Guardían mudó su esencia.
Al calor del sol, la Abuelita sonrió los recuerdos
de cada una de las rocas.
Mientras ahora, su piernas se resbalaban,
pudo despabilar la belleza de la tierra.
Donde el más insignificante grano,
conforma la más espléndida montaña.
Al llegar de cara al Guardián, en nombre de los Ocho,
le saludó con ternura y simpleza.

La romería no se detuvo, y la Abuelita
bajó su cabeza.
Solo resurgía para examinar, como el jóven
dejaba rastros con torres de piedra.
Donde las umbrías nacían,
los Ocho respiraron una fresca brisa.
Ante el Monte del Cóndor,
ella agradeció la paciencia.
El descanso de su cuerpo,
se encandiló por el regalo de la vista.
Volviéndose al objetivo,
dió vueltas a un mapa que ya la había recibido.
Hacia los últimos esfuerzos,
alcanzó a los jóvenes, en la Mujer Cueva.
Mientras tanto, el Hombre Cueva era quien les esperaba,
rodeando las futuras huellas.
La sorpresa encantaba sus sentidos,
retribuyéndoles las ofrendas.
Habiéndose penetrado en opacidad del Hombre Cueva,
la Abuelita, su voz puso a disposición.
"Siempre será el espíritu del fuego,
quien ilumine tu recorrido".
Y donde el corazón de la Pachamama acunó a los Ocho espíritus,
la Abuelita, es esfumó en la sanación del tabaco.
"Todas las plantas son sagradas".

domingo, 3 de junio de 2018

psicodelia 3

Crecen las fortalezas
de la tierra,
cuando se dibuja
una
fugaz
y azul
estrella/

Entre la Luna menguante
y el siempre
titilante Marte,
la estela de la estrella viajera,
Me aconseja
que no dance
Con quién su corazón esconde
En la malicia de entregarse,
en cuerpo,
A la muerte en vida.
Las máscaras son pasajeras.

Y vuelve,
El siempre titilante Marte
A encantarme.
Aún,
allí,
Entre interminables galaxias
de enjambres
de avispas
que asfixian
mientras zumban
la constante melodía
de un ciclo
que aunque no comprendo,
entiendo
que no debo comprender.
 Para entonces así
Evitar perder
La lujuria de la sorpresa
que habita
entre besos escondidos,
entre miradas que se pierden
en las esquinas
que mezquinan
el abrazo entre pieles
de sangre caliente.

-

Crecen las fortalezas
de la tierra,
cuando se dibuja
la negrura
que cura
los espasmos olvidados.
Y tan, tan ansiados...
Que asustan,
(los espasmos)
de los espacios, ahora carentes,
dónde el dolor se acumula.

Y dura.


Una vez más,
allí,
entre demonios disfrazados
de humanos,
encarnados en pieles
de sangre fria
Fría y sin real pasión por los mengunjes putrefactos
que hacen del lenguaje una burla,

allí,
en una habitación oscura
dónde la Psicodelia
lidera una batalla contra bestias.
Lidia, enfrentándose a vestigios, apenas vestigios...
Y delira,
con los muertos que le imploran vida.

allí,
Danza sin su alma.

Pero danza,

danza con los muertos.
Y no, no se siente,
no percibe los colores,
ni el calor de los demáses.
Y no... ya no danza.
Ahora se aleja, apañada por la intuición
de ungirse en los sabios silencios.

-

Otra vez,
otra vez,
el encanto del siempre titilante Marte
descose mi ruta
mientras susurra los cantos que,
aún,
allí,
no puedo escuchar.
Por no atreverme
a
Atra vesar
La negrura
de los labios que saben tanto de Dios.
Que saben tanto del adiós
Que saben tanto a Dios.

Y yo,
solo sé que
vos
sos
Dios.

En mi letargo, una taza de café es un oasis. No estoy sola. Junto a ellas buscamos una cafetería. Entre árboles, se esconden unas escaleras ...