Comencé por respirar
el puente de su cuello.
Con los ojos cerrados podíamos rendirnos al mareo,
pero mis labios eran guía en este virgen terreno.
Rocé suavemente su hombro
derecho
con mi boca,
a la vez que mis manos
acariciaban
su vientre,
y casi sin tocarnos
demasiado,
bailamos el etéreo ritmo
que solo los esclavos se animan a desarmar
desvalijándose de sus
cadenas,
para librarse a la meditación
que surge,
sola y únicamente,
de la electricidad
conducida por un mar calmo.
Mi mano izquierda alcanzó,
hipnotizada,
su pecho izquierdo…
hasta resignarse en su garganta,
a la vez que mi mano
derecha rodeó siempre su vientre
hasta alcanzar su cadera
baja.
no se escuchaba más
que el silencio
del incipiente deseo
por socavar
ese portal
tan vacío de
miedos.
entendí que no me
alcanzaba con mojarme
con el agua tibia del
cielo
hasta que sentí la ofrenda
de su saliva en
mis dedos, mientras sostenía su
mandíbula.
y entregándome a sus
disimuladas exigencias
acabé
por acariciar sutilmente
su punto de inflexión,
para claudicar en unas últimas
palabras:
“no creo que resista
amarte aún más como en este momento”
Afuera llovía
y adentro también.
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