domingo, 28 de junio de 2020

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Blanco y Negro

De las barricadas al ánima,
de las engorrosas búsquedas internas por un gramo de inspiración,
implora vida.
Alumbra, a medias, un platillo de incómodas luces hospitalarias.
Los sesos tiemblan, la mirada se desvela como perdida en un lenguaje tan extraño...
implora vida.
Resuena en el aire invernal, las cuerdas de cientos de guitarras en una sola. De cientos de personas, en una sola.
Implora vida.
Sombras circulares se espejan en la madera curtida y brillante. ¿Dé que árbol, se ha hecho esta casa?
Se lo imagina, a tientas, entre las informaciones codificadas por saberes mundanos.
Implora vida.
¿Será ésta, la soledad madrugadora, la única verdad? La magnificente verdad...
¿Cuál es la incesante necedad de ser reconocida, vista, realmente vista, aunque sea solo por un pequeño escape de la realidad?
Música del sin tiempo, ¿Por cuántos rincones se te ha buscado?
¿Dónde se esconde, cobarde, tu descendencia? Aquella capaz de reescribir la historia pisoteada por los aún más cobardes...
Implora vida.

La carne danza sola, si se le permite. De sí, se origina un destello de luz entre la densa oscuridad, cómo un cúmulo de lejanas estrellas, suaves, cálidas, vivas en sí mismas.
No existe cultura, aún, que pinte colores, que delimite técnica, a esa independiente danza.

Fríos humanos han buscado insaciable mente al ánima.
¿Cómo es su forma?
¿Dónde se aloja?
¿Cómo se ve?
Ella danza
e implora nada más que vida.

La danza de la tierra,
del mundo,
es el ánima viva.

"Manténgase secreta", susurra un cobarde.
"Que solo los benévolos puedan encontrarla", adhiere otro...
Hablan desde el miedo, con razón, con recelo...

El ánima carece de miedo.
Confía en la vida.

lunes, 15 de junio de 2020

Regeneración de un ave dormida

¿Cómo son tus alas ahora? 
¿Quizá aún aguardan, latentes, bajo tu piel?
¿O acaso son frescas, esplendorosas y cuidadas? 
¿Han brotado, una por una, las plumas que, en conjunto, te permitirán el grandioso vuelo?.

Yo me las he arrancado...
como lo hacen las aves grandes.

En lo alto de la montaña,
me aislé en la cueva más inóspita y oscura que encontré.
Lloré por adelantado mi muerte desolada, pues sabía que vendría.
No hubo ángeles, ni demonios, ni juicio. Tampoco redención, siquiera esperanza.

Una noche, el cielo que hasta entonces había sido calmo y silencioso, comenzó a condensarse.
Gigantes nubarrones contenían en su interior, la furia de las estrellas.
Vibraba entonces la tierra al recibir la electricidad, y retumbaba en la piedra de la cueva como si la tormenta hubiera nacido ahí mismo. Tal vez así lo era...

Cayó la primer gota de agua y entonces lo supe: La Muerte se estaba anunciando.
No hubo trompetas, ni carruajes, no llegó cual reina.
Cerré los ojos, entregada al encuentro, respiré, y los abrí.

El terror me paralizó y el universo desapareció.
Lo único que podía percibir era lo gélido de la cueva, y el vacío infinito de sus ojos.
La Muerte no era un esqueleto, ni tenía hoz, ni túnica. Tampoco era una sombra amorfa, sino todo lo contrario.
Frente a mis ojos, estaba yo misma. Con la carne viva pero con la mirada muerta. No tenía boca, ni orejas. Tampoco sueños ni sentimientos.
Solo la condenante certeza de saberme muerta, en ella y eventualmente, ante ella.
Pues el tiempo es una construcción extraña... porque al verla, pude reconocerme en el pasado, pude entender que sería el futuro y que, con claridad, estaba siendo esa reunión, el presente.
¿Qué es entonces la vida, sino más que un conjunto de ciclos, del que buscamos ordenarlo linealmente? Por más absurdo que suene ese orden...
¿Cuántas veces había muerto antes de este fatal encuentro?
La Muerte se encargó de mostrarme cada una de ellas.

El terror se transformó en la nada misma, pues al verme como La Muerte, al reconocerme como tal, no existía nada más en este mundo que pudiera ser tan horripilante y conocido como esa imagen. Y tampoco podía escaparme...

Nos miramos, ella y yo, durante algún tiempo.
Una parte desesperada, aferrada a la vida.
La otra parte inmutable, desconcertantemente tranquila.
No era esto una guerra, sino el desafío del espejo.

El silencio se transformó en el lenguaje. En mi interior fuí recibiendo las consignas. Primero, golpearía contra las piedras mi pico, hasta que se caiga por completo. Luego, arrancaría mis uñas y mis plumas. Y al finalizar todo el proceso, se develaria mi supervivencia.
No pataleé ni lloré. Siquiera pregunté por qué debía de cumplir con esas tareas tan salvajes.

Comencé por mi pico. A cada golpe, retumbaba en mi mente cada palabra asesina que había vociferado. A cada golpe, un grito de mi corazón herido por las palabras de mis hermanxs. Me golpeé contra la milenaria piedra hasta que hube por completo perdido mi pico.
En el tiempo que tardó en regenerarse, pude meditar sobre la comunicación entre todos los seres que habitan los océanos, los cielos y la tierra.

Con mi pico nuevo, continúe por arrancarme las uñas. La curvatura y fragilidad que habían adquirido me habían vuelto inútil. Todas las presas que había conseguido, me habían alimentado, pero ahora no tenía nada.
En el tiempo que tardaron en salirme las uñas, pude meditar sobre las ilusorias conquistas y el apego parasitário que se retroalimenta.

Lo próximo sería arrancarme las plumas, y hasta entonces, no había puesto oposición al proceso. No quería limpiarme de mis plumas. Me habían llevado por tan magníficos lugares, me habían dado calma en los aires...
Entonces La Muerte, que me había acompañado con su invariable comportamiento, desapareció.
Y ahí quedé yo, mitad muerta, mitad viva.
Mis plumas, viejas y pesadas, aún seguían dándome abrigo. Y tenía mis recuerdos, mis más bonitos recuerdos de libertad. Ya no me importaba morir, mucho menos vivir, pues ya había vivido... mis memorias lo demostraban. Desde lo alto, aún podía seguir viendo el hermoso valle que era mi hogar.
Aferrada a mis alas, cada vez más débil, comencé a delirar. Me estaba dejando morir, y entonces me percaté de que estaba sola, absolutamente sola. Ni siquiera La Muerte se había quedado, yo misma me había abandonado...
Con mis últimos alientos, estiré mis brazos y observé mis enormes plumas. Aún no había muerto, y ya me había desligado de mis palabras y mis garras, no podía morir así, cobarde, ante el engaño de los residuos de libertad. Entonces arranque mis plumas, hasta que mi piel quedó llena de agujeros.
Creí  que moriría de frío, que nunca volvería a volar, ni a sentir la frescura del agua, ni el calor del sol.
En sueños, rememoraba mi vuelo, mis danzas con el viento.

Un día, al despertar, noté las incipientes plumas nuevas. Esparcí sobre mi piel palabras de aliento. Reí suave, con la gratitud de recibir el nuevo día. Entonces, en el fondo de mi mente, se coló una sensación conocida.

La Muerte decía: "Bienvenida".



A las aves grandes, el proceso completo les lleva unos cinco meses. Yo voy por el décimo. Aún no he vuelto a volar.
Aún...

lunes, 8 de junio de 2020

Quiero escabullirme al silencio de la tierra.
Donde no hay hambre, engaños ni guerras.
Donde no hay canibalismo del espíritu ni corre inocente sangre por ordenanzas siniestras.
Donde ningún ser vale por encima de otro, donde el conjunto equilibra la existencia.
Donde el bien y el mal no lo decreta nadie.
Donde la ética y la moral nunca hayan surgido,
que de lo que llaman salvajismo, aprenda que es naturaleza.
Donde los que no tienen depredadores, no se abusan, porque vivir en lo alto implica alimentarse de carroña. O ser grande, rápido y fuerte, implica soledad, caminatas largas y cazar con exito solo una vez por semana, con suerte.
Donde sobrevivir y perpetuar la especie, sea por mandato divino pero sobre todo terrenal, porque cada una de las semillas tienen una misión especial.
Donde, desde los más pequeños hasta los gigantes, desde los casi imperceptibles hasta los conocidos, tienen un objetivo en común, y solo uno: ser.
Y ser no conlleva establecer la supremacía del propio ser. Sino simplemente ser, aunque unos se coman a otros, aunque unos parasiten a otros, que al final se respira el mismo aire y se bebe el mismo río, que eventualmente se unirá al océano.
Que el orden (y la cadena) no es más que un ciclo, que un círculo, que una espiral.
Ningún animal se nutre de los de su misma especie, y si en algún caso lo hacen, es por la causa mayor. Todos los espíritus reconocen su chispa en el fuego universal...

La humanidad me duele, por eso quisiera transformarme en el crujir de las ramas o en una semilla esparcida por la brisa. Pero no me ha tocado, y percibo mi chispa, la siento en lo profundo de mi corazón.
No puedo, consciente o inconscientemente, separarme de la especie. (Al menos no por un largo rato).
Entonces observo. Me confundo, me enojo, me pierdo.
Entonces observo, y creo creer, que la naturaleza del ser humana es el asombro.
La capacidad mental, la razón, es como sostener el cuchillo del lado del filo. Quizás aquello que las grandes mentes han establecido como la evolución ante las otras especies, solo sea nuestra propia fosa. ¿Quién no se ha acribillado a si mismo con sus pensamientos?. Quizás solo sea nuestra propia condena y por ende, nuestro más fatal desafío, por el que como animales no animales hemos de luchar por sobrevivir...
La oportunidad de observar, y solo observar, nos ha comenzado a asfixiar por dentro.
El observar y entender, nos ha dado ideas. Y las ideas, acciones.
¿De dónde nace la idea de que, realmente, podemos conquistar?
Dudo de que una hormiga no tenga consciencia de si misma y del todo que la rodea, es más creo que lo comprende aún mejor que yo misma... Pero la hormiga, supongo, no debe estar queriendo transformarse en humana o en piedra.
Detrás del ser está el ansiado saber que solo aparece cuando no existe el deseo de saber, porque es el deseo el que nubla el corazón.
Mi corazón late, mi útero late. La tierra también.

Asombrarse no es de ilusos. Las experiencias más maravillosas que he vivido han sido gracias a la naturaleza. Amo infinitamente comprender mi tamaño y mi tiempo ante la observación de toda manifestación de la tierra.
La experiencia más cercana a ésta ha sido ver a los ojos a otrx ser humanx.
El asombro es como el silencio de la tierra, siempre estará sonando algo, un aleteo, un viento, una vibración... el único silencio entonces, es el de la mente, que encuentra su verdadero espacio. Y del asombro, nacerá la creación en sí misma. Que la humanidad deje su huella tranquila: Es el arte quien perpetuará, no la especie, sino la vida.
El asombro no significa para mí griterío, ni sustos. Sino ese repentino aire que infla el pecho y que se expande ante lo observado, haciéndose uno.
El asombro es esa chispa del fuego universal, que nos libera de la incandescencia de las llamas conjuntas, a través del aire, hacia la negrura de la noche. Es salirse de las sombras que, apabullantes, nos rodean pero no nos encierran.
Es vital reconectar con la tierra. Observar ya no para sobrevivir, siquiera para vivir (y mucho menos dominar) sino para ser con el ciclo evolutivo natural.

viernes, 5 de junio de 2020

Nací en luna llena

Bajo mi luna, el mundo se divide en siete trenzas.
Cae el pelo,
las lágrimas
y las penas de una, y solo una, de todas las experiencias humanas sobre esta tierra.
Fluyen los ríos, y fluye la sangre mientras que las semillas se entierran aguardando su lugar, sus nutrientes y su recompensa.

Ay... ¿qué serán de estos tiempos tan absurdos?
¿Qué serán de todos los sueños?
¿Tú ya has abandonado los tuyos?

Yo les he puesto en pausa, se los regalo al futuro, como sea que tenga que venir...
Porque eventualmente, ha de venir.
Y mientras tanto, sangro.
Limpio.
Y respiro
este sol de otoño, esta luna casi llena.

°°°

Tres días después,
ahora eclipsando,
sueño con las espinas clavadas.
La piel se muestra limpia, cicatrizada
pero aún sé los puntos exactos dónde se clavaron, una memoria extraña.
Y sé cuánto dolió, cuánto sangró.
Aún sigo sangrando, gracias a la Diosa.

Tres días de sangre.
Una loba bella rodea mi casa,
un gato negro duerme en mi techo.
Mis sábanas son rojas, no temo traspasarlas. Al contrario, me enrosco en ellas.
Dejando de buscar un abrazo protector en medio del frío,
me abrazo,
me beso,
me hago el amor.

Le susurro a mi dedo índice un conjuro.
Recorro mi cuerpa entera con mi dedo, y en aquellos puntos dónde las espinas se han clavado por siempre
freno,
acaricio,
dibujando una espiral me protejo
y continúo.

Al eclipse me suelto con confianza,
con alegría.
Mis guerras son solo mías y mi paz también.
Cuán poco sabemos de las guerras ajenas. ¡Cuán poco!
Ojalá me recuerde esa premisa constantemente...
Por mí y por todxs.

Gracias.

En mi letargo, una taza de café es un oasis. No estoy sola. Junto a ellas buscamos una cafetería. Entre árboles, se esconden unas escaleras ...