onde a luz é responsável de fazer entender que
uma travessura de amor,
um triângulo de abacaxi,
um turbante colorido,
sete minutos para o entardecer,
o agua limpa
e o coração calmo.
De vez en cuando me pongo a cantar
y de un salto me animo a sondear
Un mar de palabras que solo dan sed,
en la madrugada mi canto será un grito de fe.
En mi alfombra mágica me iré, sin destino ni rey,
Flor de Maracuyá, dónde estás que no te puedo ver (tu fruto probaré)
¡Ay de mí!, de mi latir.
Que alboroto en el corazón.
¿Qué sería de mí sin la lluvia?
Un vacío, un desierto.
Un ánima petrificada.
Un cuerpo del que nacen las sequías.
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Ayer fue la segunda lluvia en lo que va del retorno de las aguas.
Ensimismada en mi savia me sorprende más que nunca
cómo el sujeto y el entorno se mimetizan
no por influencia
sino por resonancia.
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Un escrito,
solo era necesario un escrito de los verdaderos para poderme tranquilizar la vida.
La vida como ciclos se descostilla ante la desesperación que trae la incertidumbre.
Pero la incertidumbre creativa... como me hizo penar.,
creí haber muerto por siempre y que así seria mi fatídico final: seguir viva sin poder crear.
Me ha salvado la franqueza.
ensimismada
Borré nuestras fotos unos días antes de que te fueras.
Así mismo, los emails.
Quizá me despedí de ante mano.
Nunca nos despedimos.
Busqué retazos de tu vida
en una vida que yo no conocía.
Reconocí todos los lugares.
Entendí que, esos lugares eran tuyos.
No me queda nada más que un sabor
entre insulso y amargo.
"Lo que vivimos, se fue con vos",
decreté prematuramente.
No puedo asegurar haberte conocido.
Ideo que, tal vez, supe de tus aspiraciones,
alguna experiencia lejana, algún dolor presente...
Aunque conocí tus lugares.
Aún sigo escribiendo, eso te lo agradezco.
Aún sigo fumando, eso quisiera devolverlo.
A veces veo pedazos de tu carne, aunque no puedo asegurar su bienestar.
Vi a tu, supongo, último amor... me corrió la mirada. Eso lo entiendo.
Lloré casi sin lágrimas.
La desaparición humana parcial me genera tanta extrañeza.
Me pregunto si se pueden olvidar a las personas.
Ideo la ocasión en que reaparezcas sorpresivamente en el futuro, como si te escondieras en algún recoveco de mi mente, aguardando...
Quizá también, podría callarte como un secreto.
Tus palabras aún me duelen.
Intento rememorar si, en alguna charla, concebiste este giro de la vida como una posibilidad.
Por certeza yo no lo hice.
Ignoro completamente qué podrías haber pensado en tus últimas bocanadas de aire.
Creo que te gustaría esta palabra: bocanada.
Me pregunto si te arrepentiste de haberte alejado de lo que sentías tan esencial.
Me pregunto en qué podría pensar yo en ese momento.
Antes de que te fueras, sentí tu intromisión en todos los planos.
Una madrugada, te desterré de mis sueños.
No sé si quisiste decirme algo pero ya no era necesario.
No recuerdo la última vez que hablamos pero sí la que te vi. No fue placentero.
Encontré una frase vieja que nació en uno de tus lugares:
Lograr ser
con el viento
y las nubes que aleja.
Buena retirada.
Que la luna siga abriéndose camino por mis ventanas,
cultivando visiones y protegiendo mis sueños.
Que mis expectativas no se conviertan en mercenarias de mi corazón,
bajo las órdenes de mis carencias.
Que no se apague mi fuego y que siempre haya un plato de comida caliente y casera esperando por mi guata.
Que los colores no se extingan y que nunca vuelva a creer que lo harán si solo bajan su saturación tras un par de días nublados.
El llanto, que sea cuando sea que se sienta,
que no me permita aplacarlo con la fortaleza como quimera.
Que la ternura es el vehículo, y no hay nada mas humano que la fortaleza de seguir,
más que la fragilidad de ser.
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Comprendí que podría darme cátedra a mí misma de la adaptación del hogar. Mi madre habrá llegado a tantos lugares que parecían no serlo... sin embargo, logró con maestría enseñarme a crearlo, adornando esquinas viejas y quebrantadas con pañuelos de seda que contaban historias en sus dibujos.
Lograr que cada espacio que se habita sea nuestro hogar, sana el alma.
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¿Qué tanto poder puede tener la carencia
como para nublar la visión
ante la magia que existe en el movimiento?.
Un pequeño cisne se abre paso y vuelo desde la copa de un quebracho juvenil.
Todavía queda monte...
Se respira un viento cálido que hace de este día, de los más inusuales.
La vida, como una colección de rincones calmos y, aunque otoñe, siempre verde.
El agua clara siendo hogar y su caudal,
canción de cuna para la adultez.
El sol del lado contrario, un secreto: algunos humanos se andan eclipsando.
Todavía queda monte y tantos, tantos pájaros.
La soledad como compañera
y los miedos, siempre latentes, como alertas. Pero ante todo, la entrega al monte y la confianza en su protección.
El silencio que habilita la escucha del sonido natural.
La tranquilidad de estar... en este punto de la tierra que, hace años, me libera.
— Solo quiero estar en un minuto silencioso, en la imponencia que me presenta la ruta.
— Ese minuto, ¿a cambio de qué?.
(Pienso qué es lo más valioso que podría ofrecer)
— A cambio de mi vida. — manifestó después de haber pensado en lo más valioso que podría ofrecer.
Los imparables recuerdos invadieron mi meditación.
Me hundí en mi intimidad buscando una imagen nueva:
una ruta que no conociera.
La inventé.
El día sucedió como en cámara rápida, rastreando qué momento quería
vivenciar.
Elegí amanecer.
A mis costados, planicie.
A mi norte, cordón montañoso.
En todos mis puntos, soledad y silencio.
Acudí entonces a mis recuerdos: La sensación.
Ese vértigo primario: aventura, despedida,
confianza, sentir que es el momento justo, la incertidumbre, apertura, fe.
Tanta fe. Sentir como la adrenalina avanza sobre todo tu cuerpo sin moverte más
que para respirar la inmensidad… debe de ser un don.
Estoy en un minuto silencioso.
Me digo: “voy a atesorar esta imagen siempre”.
Me digo: “no puedo vivir de añoranzas”.
Entonces la lágrima más lenta y pesada
del mundo comienza a caer desde mi lagrimal derecho. Lo que se dice, realmente
densa. Recorro con ella mi cara. Próxima a mi boca, la junto con mi dedo índice
derecho. La tengo… la veo. Es tan densa que su cuerpo parece hecho de óleo.
Brilla. Carga mucho. La veo... y me la como. La saboreo pero no siento su sal.
No es una lágrima cualquiera, es un elíxir de minuto silencioso.
Es,
enteramente, mía.
En mi letargo, una taza de café es un oasis. No estoy sola. Junto a ellas buscamos una cafetería. Entre árboles, se esconden unas escaleras ...